Daniela Santos es jinetera en Cuba cuando un diplomático adinerado y aficionado a las jovencitas la saca de la isla y se la lleva a Madrid con solo diecisiete años. A este lado del Atlántico, ella, una superviviente nata, consigue reinventarse y convertirse en Estela Cruz, escritora de autoayuda de fama mundial. Sus libros se venden por millones al abrigo de la ola de positivismo tan de moda en nuestros tiempos. Cuanto más exagera sus doctrinas, más rápido desaparecen los ejemplares de las estanterías. Pero Estela, avalada por el éxito, acaba por caer en su propia trampa y empieza a creer de verdad que cualquier obstáculo puede superarse con un pensamiento positivo, lo que dará lugar a una serie de despropósitos que pondrán patas arriba su realidad y la llevarán a vivir todo tipo de situaciones tragicómicas con su hija, su novio, su asistente personal, su psicoanalista secreta o sus populares y triunfadoras amigas, con las que nunca tuvo una confianza real.
La personalidad arrolladora de Estela y el mundo que Carmen Alcayde construye para ella llenan esta novela, conmovedora e hilarante a partes iguales, del humor sarcástico y del genio de su autora. Un relato contemporáneo, lleno de feminidad y sinceridad en la descripción de las relaciones sociales en el que la periodista desgrana con gran talento las historias agridulces que se esconden a veces tras las nubes de algodón.
«Ya estaba lista para fingir que era feliz, siempre y cuando consiguiera no caerme de las alturas, claro. Hacía siglos que no me ponía tacones, amparada en mi premisa de ?no pretendas ser quien no eres o nunca serás tú misma? (otra de mis pajas mentales que ha dado la vuelta al mundo). Nunca he compartido con mi género la costumbre de caminar al borde de la torcedura de tobillo para parecer más alta, esbelta o atractiva? Más follable, vamos. Nunca me ha hecho falta echar mano de florituras para despertar pasiones. Pero esa noche era diferente, debía concentrarme en algo que no fuera asesinar a mi ex a sangre fría. Un paso, dos? (¡ay, que me caigo!)?, tres?, ya casi estoy? ¡Por fin! Me agarré al pomo de la puerta e inmediatamente volvió a retumbar en mi cabeza el último portazo que Carlos dio en mis narices. Entonces aún estaba a tiempo, pero ahora ¿qué podía hacer?».