Éstos son los diarios 02014;no las memorias02014; de un político nada frecuente, José Bono, protagonista y testigo del poder durante más de tres décadas. El autor, buen conversador, que disfruta en el trato con los demás, decidió, a principios de 1992, tomar buena nota, cada día, de cuanto vivía, escuchaba, observaba y sentía.
El resultado es casi un acta notarial 02014;en este primer volumen de 1992 a 199702014;, sin cortapisas ni autocensuras, en la que Bono lo cuenta todo02026; de todo y de todos. Ahí están las opiniones y actuaciones del Rey y la Reina, Felipe González, Guerra, Narcís Serra, Rubalcaba, Almunia, Leguina, Adolfo Suárez, Calvo-Sotelo, Carrillo, Pujol, Maragall, Aznar, Fraga, Fidel Castro02026; Baltasar Garzón, Mario Conde, Jesús de Polanco02026; los cardenales Tarancón y Marcelo González02026; entre cientos de nombres.
Todo son revelaciones: el agrio desencuentro del autor y de Felipe González con Guerra; la oferta de la vicepresidencia del Gobierno a Suárez por parte de Felipe; los recuerdos de la Reina sobre Franco; el uso de los fondos reservados para fi nes muy reservados; lo que cuesta, en millones, «ser bien tratado» por los medios02026; La pesadilla de la corrupción; la huida de Luis Roldán que a punto estuvo de ser ministro de Interior02026; Cómo se vivió y gestionó el caso GAL en Moncloa; el berrinche del juez Garzón al no ser nombrado ministro02026; Las conversaciones con Mario Conde, que pensó afiliarse al PSOE02026;
Con fino humor y aun con ternura, el autor no ahorra anécdotas, como la del cura de los condones que captaba votos para el PSOE, la curiosa selección de «los mejores huesos» para la tumba de Quevedo, la lista de asistentes al entierro de don Juan hecha por él mismo, la cabra del obispo de Almería muerta por indigestión de Concordato, o los huevos fritos reclamados con urgencia por la hermana del Rey la noche del 23-F.
Desde el estricto compromiso con España, Bono aporta las claves para saber cómo y quiénes forjaron nuestra historia reciente y desvela sin dobleces o fingimientos, pero sin dar pábulo a la maledicencia, sus zonas oscuras.