Asistimos al nacimiento de una ideología de la seguridad. La utilización autoritaria de estos principios genera sociedades despolitizadas y temerosas, movilizadas hacia la reproducción de relaciones sociales funcionales para la acumulación privada irrestricta y no distributiva de capital. En suma, sociedades sustentadas en el miedo. En ellas, se hace posible una forma arbitraria de concebir el poder, capaz de saltar las garantías constitucionales para implantarse a sí misma como fuente de normatividad y de legalidad. Debemos preguntarnos hoy si cada uno de esos pequeños «puntos de seguridad» o de observación no se están convirtiendo, precisamente por una falta de control sobre sus procedimientos, en «estados de excepción en miniatura». A la vez, la criminalización de la pobreza es ya un hecho cotidiano. La creciente visibilidad de los pobres, en permanente tránsito, sin hogar o habiéndolo perdido hace poco a manos de un banco, desposeídos en la práctica, aunque no en el plano formal, de sus derechos civiles y políticos, fuerza a una reflexión sobre los límites y condiciones de la ciudadanía y, en última instancia, sobre la difícil fundamentación de la democracia en esta situación.