«Dicho de otro modo, el hecho decisivo definitorio del hombre como ser consciente, como ser que recuerda, es el nacimiento o la `natalidad`, o sea, el hecho de que hemos entrado al mundo por el nacimiento. El hecho decisivo definitorio del hombre como ser desiderativo era la muerte o la mortalidad, el hecho de que dejaremos el mundo con la muerte. Temor a la muerte e inadecuación de la vida son las fuentes del deseo. Gratitud por el don absoluto de la vida es, en cambio, la fuente del recuerdo, pues incluso en la desdicha se celebra la vida: `Ahora eres desdichado y aun así no quieres morir, no por otra razón que por querer vivir`. Lo que últimamente aquieta el temor a la muerte no es la esperanza o el deseo, sino el recuerdo y la gratitud: `Da gracias por querer ser como eres, pues podrías ser liberado de la existencia que no quieres. Pues tú quieres ser y no quieres ser desdichado`. Esta voluntad de ser bajo cualquier circunstancia es la señal distintiva de la religación del hombre a la fuente trasmundana de su existencia. A diferencia del deseo del `bien supremo`, tal religación no depende en rigor de una volición; más bien caracteriza la condición humana como tal». La lejana tesis de doctorado fue objeto de profunda revisión sistemática por parte de la propia Hannah Arendt en el momento de su plenitud reflexiva, en la primera mitad de la década de los sesenta. Seguramente esta elaboración ---que no llegó a publicarse en vida de la autora pero que ha quedado recogida en la traducción española--- arroja una nueva luz sobre aspectos cruciales de la teoría arendtiana de la acción: la noción de natalidad como fuente perpetua de novedad, la idea de un mundo específico del hombre que surge precisamente por amor al mundo, la relevancia del prójimo en la construcción de este mundo, etc.