Jean-Jacques Rousseau, para John Pocock, el Maquiavelo del siglo XVIII, aparece aquí de la mano de Robert Wokler como un contemporáneo de nuestro mundo. Más allá de El contrato social, la contribución de Rousseau en su conjunto ofrece una enorme coherencia interna y se manifiesta como el trabajo de un autor que entendió que la naturaleza era una deidad a la que el hombre tenía que subordinarse sin que el progreso pudiera, con sus logros, destruir lo que como obra de la creación condiciona nuestra capacidad de transformar las cosas. Las meditaciones del paseante solitario son una mirada retrospectiva en la vida de una inteligencia que hizo de la cultura un arma fundamental para la política porque, como subraya Wolker en su estudio de presentación el Rousseau, sabía que la cultura era bastante más que una técnica al servicio del homo economicus.