«Elisabeth de Austria-Hungría nada tuvo que ver con la ñoña Sissi de la leyenda rosa. Fue una mujer compleja y extraña, escéptica hasta el nihilismo, irónica hasta el sarcasmo y libre hasta el capricho. Fue guapa, inteligente, culta y seductora. Fue rebelde, insatisfecha, melancólica y testaruda. Solitaria y maniática. Jamás se doblegó a ninguna imposición. Detestó los palacios y la corte. Odió las convenciones y las normas. Despreció la frivolidad. Huyó de las ceremonias y los actos sociales. Se resistió a ofrecerse en espectáculo al público y ocultó su rostro bajo velos y grandes abanicos. Desdeñó a los nobles, a los reyes, a los militares y a los papas. Se confesó anticlerical, antimilitarista y antimonárquica. Creyó que el matrimonio era una esclavitud. Respetó a los locos. Hizo gimnasia todas las mañanas, fumó a temporadas y bebió grandes jarras de cerveza en las tabernas. No apreció mucho la vida.»