La Librería - Penelope Fitzgerald
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La librería es un libro engañoso porque con ese título y sabiendo que se trata del proyecto de una mujer para abrir una librería en un pueblo en el que no existía ninguna, lo que una espera encontrar es, cuanto menos, amor por los libros, pasión por los libros. Pero no es exactamente eso con lo que nos encontramos.
La pequeña, delgada, insignificante y viuda Florence quiere reivindicarse, quiere ser visible, empezar de nuevo (y pocas cosas hay más motivadoras e ilusionantes que empezar algo: una vida, una relación, un aprendizaje…) Para ello decide abrir una librería en el inhóspito, húmedo y cínico pueblo de Hardborought. ¿Por qué una librería? Pues no por amor a los libros, aunque querer los quiere, pero de una forma desapasionada (desde mi punto de vista): abre una librería porque hace tiempo trabajó en una y tiene esa experiencia previa. También, es verdad, porque en Hardborought no hay ninguna librería. Y todos los sitios necesitan tener una librería por lo menos.
La valentía de ella, al fin y al cabo, no era otra cosa que su determinación por sobrevivir.
Quizás me excedo en decir que Florence no tenía amor por los libros. Sí lo tiene, y quiere que las personas tengan acceso a los libros. De hecho, aunque eso no beneficia a su negocio, abre una biblioteca e incluso regala libros a los niños de primaria. Así que sí, me excedo y rectifico: ama los libros. Pero no siente pasión por los libros. O Penelope Fitzgerald no me transmite esa pasión.
Y esa es la razón por la que olvidé el libro, y posiblemente la razón por la que vuelva a olvidarlo: que le falta fuerza emocional. Pese a la correcta, elegante y precisa prosa de Penelope, los personajes me son ajenos, su comportamiento me resulta distante e incluso incomprensible en muchos casos.
Antes decía que La librería es un libro engañoso. No sólo por el tema de la débil presencia de la pasión por los libros (apenas se mencionan algunos y el hecho de que decida vender la primera edición de la controvertida Lolita, de Nabokov, resulta ser un acontecimiento poco explotado dentro de la historia, a mi modo de ver), sino porque en realidad la librería es una excusa (no casual, es cierto, pero tampoco tan central) para poner sobre el tapete el comportamiento cínico, chismoso y clasista de la pequeña sociedad de un pueblo donde las apariencias, los convencionalismos y los espacios de poder son muy importantes.
Florence tenía buen corazón, aunque eso sirve de bien poco cuando de lo que se trata es de sobrevivir.
Florence, ciertamente, es una persona bondadosa, posee esa heroicidad innata de las buenas personas que se resisten a dejar de serlo y no conciben otra forma de ser y actuar. En ese sentido, la conclusión no es precisamente optimista: no basta con ser buena persona, no basta con las buenas intenciones. Parece que los rencores, las envidias y las luchas de poder tienen más adeptos que la bondad.
Es verdad que La librería carece de sentimentalismo, pero lo hace hasta el exceso, poniendo demasiada distancia entre los personajes y el lector. No es menos cierto que en literatura la sutileza es un activo a tener muy en cuenta y yo suelo valorarla mucho. Pero el equilibrio entre la sutileza y la implicación del lector no lo es menos. La complicidad. En este caso el trecho entre los protagonistas, la historia y la que aquí cuenta lo que lee ha sido demasiado amplio como para que me tocara la fibra, alguna fibra, aun reconociendo que se lee con fluidez y facilidad, que no carece del típico (y casi tópico) humor inglés, que es un fiel retrato de la sociedad de un pequeño pueblo inglés de aquella época, que es una lectura sencilla y agradable, que refleja hábilmente esa contención tan inglesa y las convenciones de la época, que Penelope Fitzgerald es tan aguda observadora como hábil y sutil describiendo los pequeños y decisivos detalles del comportamiento humano. Pero.
Pero aún y con todo eso, será una buena lectura que, pasado un tiempo, habré vuelto a olvidar.
La fuerza de voluntad es inútil si no se va a algún lado.
¿Por qué conservé el libro?: Porque las ediciones de Impedimenta son una preciosidad.
Ana Blasfuemia