A principios del siglo v a. C., Occidente estuvo a punto de desaparecer. La mayor máquina de guerra que la historia había conocido hasta la fecha, el poderoso Imperio persa, se fijó en las pequeñas ciudades griegas para continuar su expansión militar. Si los persas triunfaban, acabarían con la democracia, la filosofía y la ciencia griega, y con ello arrancarían de raíz la civilización occidental de la faz de la tierra. Frente a ellos, solo un puñado de hoplitas, inferiores en número y enfrentados por las enemistades locales entre Atenas y Esparta. El emperador Darío estaba seguro de la victoria: continuaría la labor del gran Ciro y su imperio dominaría toda Europa. Después de todo, el Imperio persa jamás había sido derrotado, y no serían aquellos occidentales rebeldes y primitivos los primeros en hacerlo… ¿o sí?