Cornejas de Bucarest, la comencé a escribir en la primavera de 2007, en Bucarest, a donde fui a dar una conferencia sobre Pío Baroja, invitado por la Universidad. La había títulado Un gamberro en Bucarest y subtitulado «Guiñol burlesco», hasta darme cuenta de que me refiero a asuntos, como el holocausto judío en Rumanía, que admite mal la burla del guiñol. Lo mismo por lo que se refi ere a nuestra historia civil y a qué chirrión han ido a parar los ideales de los de mi generación, si es que alguna vez los tuvimos de verdad, y a la voracidad del sistema neoliberal que en Rumanía es de traca.
En 2005 había hecho otro viaje para hablar de Madrid como ciudad literaria, y Bucarest me deslumbró y a la vez me hizo ver que cuanto más lejos estuvieras de las instituciones culturales españolas, mejor.
Repetí el viaje en pleno invierno de 2008: una de las canciones del viaje de invierno de Schubert está dedicada a la corneja como compañera de viaje.
El título me lo sugirió un fenómeno que se daba en Bucarest. Al caer el día, miles de cornejas, en un vuelo nutrido e incesante, buscaban refugio en el interior de la ciudad. La corneja tiene una simbología tan amplia que al fi nal simboliza lo que nos dé la gana, aunque
algunos de los símbolos me resulten más atractivos que otros, como que anuncia un tiempo en el que no debemos dejar pasar las oportunidades que se nos ofrezcan.
Me gusta también que la presenten asociada a Morgan Le Fay o Fata Morgana, la que encerró a Merlín en una cárcel de palabras, imagen esta que me parece muy acertada para referirse al escritor más o menos atrapado en su mundo.
He tenido la fortuna de que la cubierta sea obra de un ilustrador extraordinario, Casajordi, que ha sabido atrapar al vuelo el fondo de ese viaje o de ese guiñol burlesco.