Cuando Héctor Bianciotti fue nombrado miembro de la Academia Francesa de la Lengua, se definió como «alguien que viene de lejos, y que ha pasado de su lengua materna [el español de su Argentina natal] a la de su literatura predilecta por caminos de contrabandista, sin traer nada, a modo de regalo, salvo un imaginario venido de otra parte». Como la huella del pájaro en el aire es ese imaginario, porque para Bianciotti la memoria 02014;y la vida02014;, es vacilante y movediza.
Tras más de veinticinco años de ausencia, Héctor Bianciotti regresa a la tierra natal, Argentina, donde le esperan sus hermanos. La nación homenajea al niño de la pampa que alcanzó el éxito en otro país, en otra lengua. Y surgen, al filo de los reencuentros, emotivas historias, como la de Nilda, que le narra el anciano llamado la Iguana, o recuerdos de familia. Pero son los sentimientos y las reflexiones que ese viaje suscita los protagonistas de esta obra: el paso del tiempo, el destino de personas y cosas y, en fin, la muerte. Y si la muerte proyecta su sombra en el horizonte, como le recuerda alguien, lógico es invocar figuras que se enfrentaron a ella de manera harto significativa; así, quedan fijados para el lector de manera indeleble la inolvidable estampa de Jorge Luis Borges en su lecho de muerte, la reacción del escritor Hervé Guibert ante su enfermedad incurable, y los últimos años de un amigo de la adolescencia.