Todo el mundo sabe que de ciertas novelas eróticas, en particular de aquellas que se firman con seudónimo, se dicen muchas cosas. Por ejemplo, cuenta la leyenda en torno a Preludio carnal que su autor abandonó un día el manuscrito en la puerta de un editor y nunca más dio señales de vida. Se cuenta también que una primera tirada, muy discreta, se agotó en pocos días y que fue, en la segunda mitad de los años cuarenta, el libro secreto del que más se habló.
En 1970, la editora francesa Régine Deforges lo rescató para el espléndido catálogo de su editorial L´Or du Temps, que para nuestra desgracia tuvo una vida demasiado corta. Entonces, decía : «¡Veinticinco años después, el encanto de esta novela permanece intacto !». Hoy, casi cincuenta años después, este hermoso «tratado» de educación sexual sigue resistiendo. En él encontramos lo que falta en los nuevos manuales tan mecánicamente técnicos : la ternura, la eclosión y la culminación del deseo, las vacilaciones, las emociones del descubrimiento del sexo propio y ajeno, el paciente aprendizaje de la plenitud que desata poco a poco los pudores de la virginidad, la entrega total y el ardor.
Esta es la historia de la iniciación sexual de una joven pareja. El tío del joven le incita a escribir la historia que le ha contado :
«02014; Te agradecerán el que hayas tratado con toda franqueza, sin falsos pudores, ese problema esencial, el más importante de todos los problemas sociales : la armonía sexual en el matrimonio. (02026;) El virtuoso del amor conyugal escasea tanto como los verdaderos poetas. Todos los demás son lamentables (02026;). Es para ellos, para evitar que sus mujeres vayan a otra parte a saciar su sed de ternura carnal, para quienes deberías escribir tu 0201C;experiencia0201D;.
»02014;Otros ya lo han hecho antes que yo.
»02014;Lo han hecho tan sólo a medias. Sin atreverse a rebajarse a esta humilde minucia de detalles, a la que, no obstante, nada podría aportar el egoísmo satisfecho de un marido sin imaginación».
Y, para mayor regocijo de todos, Robert Sermaise, de quien todavía hoy no se sabe absolutamente nada, siguió el consejo de su tío : «Escribe tu historia con seudónimo. Hazlo objetivamente, sin complicaciones literarias».