Pájaros de invierno vio la luz traducidsa en Alemania antes que en su lengua y su país de origen. Sólo después, en 1994, aparece en Estados Unidos suscitando el entusiasmo de la crítica más selecta y obteniendo un merecido pero inesperado éxito entre los lectores. ¡Y, de pronto, unos comparan a Grimsley con Caldwell y Faulkner, y otros invocan a Capote y Carson McCullers!
En todo caso, como bien dice la crítica de Le Monde, habitualmente poco proclive a ocuparse de literatura extranjera y a otorgarle, como en este caso, media página de su suplemento de libros, «se trata de un hermoso texto sobre el horror cotidiano que pueden engendrar los lazos de sangre, cuando un infierno familiar alcanza su paroxismo».
Un pájaro de mal agüero planea durante el día de Acción de Gracias por encima del hogar de los Crell, una extraña casa a la que finalmente la familia ha ido a parar y que los niños llaman la Casa Circular porque las habitaciones se organizan formando un ruedo perfecto. Bobjay, el padre, un antiguo capataz de granja, perdió un brazo entre las aspas de una trilladora y, amargado, se ha ido entregando al alcohol. Ellen, su mujer, ya no reconoce al hombre con quien se casó años antes y lucha por mantener unida la familia. En medio de una atmósfera enrarecida, que va arrastrando a la familia en una espiral de frustración, celos, rencores y desencantos, crece Danny, un niño hemofílico, aterrado por el padre, pero más sensible que los demás a la amenaza que se cierne sobre ellos. Testigo involuntario del destino inexorable que le depara la atroz violencia conyugal, Danny se refugia en mundos de ficción, mientras, por otra parte, va inevitablemente descubriendo la cara perversa de la realidad.