La vida celular, que fluye desde un corrosivo monólogo a varios ritmos, con avances lentos y bruscos retrocesos, que acepta el juego argumental de la confusión buscada y que invita al lector cómplice, construye el presente de un personaje mediatizado por su pasado, un pasado ligado a la célula política en la que él militó siendo joven.
Una llamada telefónica activará la prehistoria del protagonista, un desencantado psicólogo y profesor universitario, y lo reinsertará en unos recuerdos que creía olvidados, circunstancia aquella que le permite a Miguel Herráez moverse en ese territorio tan suyo del tardofranquismo, período que ya localizábamos en otros títulos suyos.
La novela, pese a la sutil y explícita ironía, una ironía que a veces se tiñe abiertamente de humor y que impregna todas sus páginas, pretende ir más allá del hecho de narrar un simple relato, intenta especular acerca de los vaivenes de las ideologías y sobre la energía que las impulsa, sobre sus difusos alrededores, que aquí son trazados con letra minúscula.