Al igual que la mejor filosofía antigua, la que propusieron Diógenes, Sócrates, Epicuro, Marco Aurelio o Epicteto, La escultura de sí es una reflexión que se vuelca sobre la vida: un verdadero manual para la cotidianidad, para la construcción o la escultura de uno mismo y para la búsqueda de la felicidad en el ámbito individual y social. ¿Un libro de autoayuda? Radicalmente no: si lo comparamos con esos libros que se apelmazan en los anaqueles de las librerías bajo esta designación; radicalmente sí: si entendemos la filosofía, al igual que lo hicieron los antiguos griegos y romanos, como una ayuda imprescindible para construir la propia libertad en el contexto de una existencia plena.
En este sentido, La escultura de sí es uno de los textos absolutamente referenciales de la obra y el pensamiento de Michel Onfray, con el que obtuvo el prestigioso Premio Médicis de Ensayo. Onfray delimita en este libro un territorio ético decididamente ajeno a las virtudes de la renuncia y del sacrificio, o lo que es lo mismo, un contexto inasequible a la intratable melancolía y a la austeridad que parece gobernar nuestro tiempo (y de paso gobernarnos a nosotros).
Para ello reivindica las viejas virtudes representadas por la figura del Condotiero y la época del Renacimiento. El Condotiero es un hombre que practica una moral de la altura y la afirmación, una inocencia y una vitalidad desbordantes. Su ética es también una estética: frente a las virtudes que reducen, prefiere la elegancia y la consideración, el estilo y la energía, la grandeza y lo trágico, la prodigalidad y la magnificencia, lo sublime y la elección, la virtuosidad y el hedonismo. A través de la figura del Condotiero el autor nos presenta una auténtica teoría de las pasiones destinada a producir una bella individualidad en el contexto de nuestro mundo contemporáneo: sujetos libres y felices, dotados para la generosidad, el placer y la amistad.