Me llamo Isa Pi. Mido 1?80. Pi significa pino. La tónica habitual es que sobrepase una cabeza a más de la mitad de los varones autóctonos. De adolescente, tenía la esperanza de que el chico que me gustaba todavía no hubiera dado el estirón, ahora ya no albergo ese tipo de ilusiones con los hombres.
He escrito esta novela para ahorrarme el psicólogo y no perder la cordura. Con mil euros al mes, no puedo permitirme a un profesional que intente dar una razón lógica a por qué a mi edad y con una carrera universitaria todavía soy una mujer sin blanca, soltera, en busca de su sitio.
Con una doble licenciatura en Periodismo y Filosofía y una estancia en Oxford, Isa Pi está abocada a la precariedad laboral en tiempos de crisis. Superviviente de la condición de becaria, del paro y de falsas promesas de trabajo, acaba como redactora en un canal local de televisión. Jornadas laborales eternas y un sueldo de mil euros raspados no empañan su sueño de trabajar en algo para lo que ha estudiado.
Ajetreada con encontrar su sitio profesional, se planta en los treinta años sin un novio. De repente todo el mundo está emparejado, a punto de casarse o de tener un hijo, pero ella sigue como a los veinticinco. Será que para Isa Pi los treinta son los nuevos veinte o que los treintañeros solteros interesantes han desaparecido de la Tierra. Entonces, le surgen preguntas de calado: ¿habrán secuestrado a los tíos de su quinta? O cuando se repartieron los hombres ¿ella se quedó sobada en el sofá viendo el telefilm de sobremesa?
A su alrededor, los «expertos» en la materia le dan contradictorios consejos de cómo ligar para poner fin a su estado que van del «cuando menos te lo esperas llegará» al «¿no serás demasiado exigente?». Con este panorama, no le queda más remedio que meterse en Tinder y Happn y organizar fiestas en las que aparecen cinco solteras por cada soltero.