Entre los nombres simbólicos o alegóricos elegidos por Benito Pérez Galdós (1843-1920) para algunos personajes de sus novelas, ninguno más revelador que Angel Guerra (1891), un hombre empeñado en un proceso de perfeccionamiento interior que, partiendo de la acción política directa, le conduce a un misticismo impregnado de sensualidad. Al hilo de esta novela magistral, cuyo marco son las ciudades de Madrid y Toledo, el arduo camino del protagonista hacia la espiritualidad refleja al tiempo el proceso de desprendimiento y distanciamiento de la realidad del genial narrador.