No es éste un libro de historia, sino de teología, aunque esté cargado de citas y referencias históricas: porque sucede que la historia de la Iglesia es uno de los más importantes "lugares teológicos" de la eclesiología. Por eso las conclusiones de este libro no son simplemente históricas, sino estrictamente dogmáticas: y no quieren engrosar la erudición, sino la fidelidad. En los primeros siglos, una Iglesia-"fermento" mantiene el principio electivo de sus obispos por el pueblo de Dios. Y lo mantiene, a pesar de las múltiples dificultades de todo tipo, por razones de fidelidad evangélica y por su concepción comunitaria de Dios, que le impiden manipular al Espíritu apropiándose privadamente de Él. Los papas resultan ser los grandes defensores de este principio electivo y de la urgencia de su puesta en práctica. Posteriormente, una Iglesia estratificada al modo de la sociedad circundante ya no consigue mantenerlo: el laicado deja de tener parte alguna en la elección de sus obispos, que queda en manos del "alto clero" y de las autoridades políticas. El Vaticano II supuso la recuperación de la libertad de la Iglesia, y sobre esta nueva -y tan antigua- base hay que seguir avanzando, fijos los ojos en los orígenes, para ir logrando hacer realidad que la libertad reconquistada alcance su verdadero objetivo: ser libertad para la comunión, la fraternidad y la igualdad de todo el pueblo de Dios en todo lo que a todos afecta.