Herman Melville (Nueva York, 1819-1891), autor fundamental de la literatura estadounidense, fue también un joven marinero que se embarcó a bordo de un ballenero por los mares del Sur. De aquella experiencia surgieron sus primeras novelas, ampliamente superadas con la publicación de Moby Dick (1851; Navona, 2018), una obra dotada de una profundidad simbólica y psicológica que encumbrarían al autor al lugar que ocupa hoy.
Poco después llegaría este magnífico relato, Bartleby, el escribiente (1853), precursor del existencialismo y de la literatura del absurdo con ese anodino empleado que un día decide dejar de escribir amparándose en su célebre fórmula: «Preferiría no hacerlo». Casi desde su publicación la influencia de esta obra ha sido imponente. Albert Camus lo consideraba uno de sus referentes, Borges veía en él temas kafkianos, otros autores lo comparaban con la obra de Beckett o con el Yvonne del polaco Gombrowicz... Y así hasta nuestros días, en los que Vila-Matas acuñó el término bartleby para hacer referencia a los escritores que renunciaron a seguir escribiendo. Pocas veces un relato breve ha imprimido una huella tan amplia en toda nuestra cultura literaria.