Mendiga de día y hechicera de noche. La protagonista de este expediente usaba la sangre, la grasa abdominal y el polvo de los huesos de los niños a los que mataba para fabricar ungüentos y pócimas que luego vendía a enfermos adinerados, desesperados por sanar enfermedades mortales como la tuberculosis. Cuando los agentes detuvieron a Enriqueta Martí Ripollés a principios de 1912, quedaron horrorizados al descubrir, ocultado en las paredes, ropa infantil, calaveras de niños y frascos con sangre y grasa en conserva. Era el siniestro laboratorio de la curandera barcelonesa.