En todas las familias, también en las familias competentes, surgen problemas. No hay familia en la que no aparezcan antes o después, cuando los hijos son pequeños y cuando se van haciendo mayores. No pocas veces también nuestra convivencia familiar pasa por momentos difíciles y tiene días de caras largas, discusiones, problemas y conflictos que nos perturban y disgustan y en los que los gozos se juntan con las sombras y las sonrisas con las lágrimas.
A veces son los problemas de nuestros hijos los que nos plantean sus miedos, su ansiedad, su nerviosismo, su enfado, su rabia, sus rabietas, incluso su ira y su agresión. Otras veces, es la tristeza, las desgana, incluso la desesperación que les ha producido una pérdida o un fracaso. En otras ocasiones es su falta de cooperación y su desobediencia. Otras, su hiperactividad, su impulsividad, su falta de atención. Otras, son sus excesivas preocupaciones las que les crean ansiedad. Otras, los propios conflictos interpersonales entre ellos y nosotros debidos a las discrepancias y a los intereses contrapuestos, y que nos crean tanto malestar y a veces nos distancian. Fuera de casa, no siempre les van bien las cosas, sea porque se encuentran con obstáculos a los que les es difícil enfrentarse, sea porque son víctimas de la humillación y el abuso, sea porque se implican en comportamientos problemáticos.
Aceptando la realidad de los problemas, lo importante es que las familias sean competentes para solucionarlos evitando así que se agraven o se eternicen, se pierda la esperanza y aumenten los daños y el sufrimiento de todos.
Este segundo libro de la serie aporta luz para comprender cómo y por qué aparecen y se mantienen esos problemas y el impacto que tienen en la vida personal y familiar. Pero, sobre todo, ofrece numerosos métodos para poder solucionarlos y aliviar la carga que plantean, para lograr que nos escuchen y obedezcan, para facilitar sus comportamientos apropiados (cont.)