En esta novela, Faruk S?ehic´ sigue explorando, como poeta y soldado, “su guerra”, la de los Balcanes. Bajo presio´n esta´ escrita durante una sucesio´n interminable de minutos aislados, los minutos del tiempo de la guerra que se dilatan a la vez que se congelan o pasan fuga- ces. En ellos, los espacios —todos— incluso el sexo ca´lido de una novia o el hogar, se degradan, se calcinan, se enlodan, se adulteran envueltos en los vapores eti´licos de la rakija o la cerveza, en el humo de los cigarrillos malos, en los efectos de los analge´sicos y los relajantes auto administrados, engullidos como pi´ldoras ma´gicas, sin fines terape´uticos.
Y en medio de semejante tormento, otro anillo ma´s asfixiante del infierno, la desesperacio´n del que espera de alguna forma la redencio´n, aferra´ndose a unos Levi ´s, a una cazadora, a cualquier objeto personal que le recuerde que, debajo de tanto barro y de tanta sangre seca existe un yo. Y por encima de la propia identidad, con miedo incluso a pronunciar su nombre, el vago anhelo de la esperanza que tiene el color ni´tido de las aguas del ri´o Una. La esperanza siempre ha sido verde azulada. Puede que el minuto presente, el instante preciso, tambie´n lo sea.