Tras la muerte de su querido perro Taïaut, el filósofo Jean Grenier consagró al animal que durante años conviviera con él este visionario y bellísimo tratado de corte intimista y caprichoso, «entrecortado y jadeante como los latidos del corazón», con el propósito de «brindar una segunda vida» a aquel ser concreto, con su peculiar carácter, su irreductible libertad y su compañerismo. Escribirlo era una forma de superar el duelo; pero, también, una oportunidad para pensarnos más allá del humanismo. Con un comedido estilo aforístico impregnado de poesía, los noventa textos breves que componen esta hermosísima elegía constituyen una sentida cavilación sobre el dolor de la muerte, la alegría de estar vivos, la gratuidad del amor y la belleza compleja de la naturaleza (esos pocos temas atemporales) desde un sentido más amplio: la familiaridad entre nosotros, los animales.