Los grandes acorazados de la batalla de Tsushima nos evocan imágenes de altas chimeneas escupiendo densas nubes de negro hollín y de grandes proas cortando el agua del mar; pero, no es la única imagen que nos evocan, la otra clara imagen es la de decenas de armas de fuego de todos los calibres instaladas de proa a popa, a todo lo largo de cada barco. Y allí estaban, dos grandes torretas para la artillería principal, las cuales iniciarían la batalla, y luego de un tiempo al lento ritmo de esas cuatro grandes armas se le uniría el rápido fuego de una docena de armas de calibre medio. Y todas esas armas pronto lanzarían una lluvia de letales proyectiles contra el enemigo. Y junto a la amplia gama de piezas de artillería, en los barcos de guerra de principios del siglo XX ya hallamos a los novedosos torpedos, artefactos explosivos autopropulsados, es cierto, eran armas de muy corto alcance, pero tenían una ojiva explosiva suficientemente grande para crear un boquete enorme justo bajo la línea de flotación, y así, un solo torpedo lanzado a quemarropa, que diera de lleno en un acorazado, podría enviarlo