A pesar de las interdicciones que siguieron vigentes, la capacidad de interacción allende las fronteras fue enormemente superior a las décadas precedentes. Para las generaciones educadas en la autarquía –también cultural- el contraste con las ideas que se difundían en el mundo occidental era absoluto, donde todo aparecía como nuevo y atractivo, donde cotizaban al alza las ideas más heterodoxas, y especialmente las concepciones culturales y científicas. Desde las editoriales y revistas hasta los debates específicos en el ámbito católico, ese mundo estaba en ebullición gracias también a las conexiones internacionales. Los agentes que promovieron ese proceso fueron fundamentales para la reconstrucción cultural, a pesar de todos los impedimentos de la dictadura. Significaban, en realidad, una deslegitimación del régimen, que se enfrentaba más crudamente a esa situación en el extranjero, donde las redes de solidaridad tejieron sólidas relaciones, que la dictadura intentaba socavar y contrarrestar.