¿En una ciudad cuya tierra se sacude pueden existir certezas? ¿Parados sobre su suelo movedizo, pueden sus habitantes esgrimir convicciones férreas o códigos morales fijos que les digan cómo vivir? En un territorio tan vacilante como este, cualquier tradición parece absurda.
Con una prosa atlética, gran sentido del humor y una atenta observación de los detalles, Juan Villoro construye una atmósfera desaforada y casi alucinante en la que da cuenta de un paisaje social y artístico a través de un personaje que más que protagonista, es un espectador. En este irónico reverso de la novela de aprendizaje –en la que no se sabe bien qué hay que aprender ni cómo– Mauricio y la ciudad emprenden una evolución sincrónica, de modo que sus significados y sus cuerpos se entrelazan. Poblada por personajes secundarios enfrascados cada uno en sus propias búsquedas y derivas, la historia de Materia dispuesta ofrece al lector no solo el desarrollo de un protagonista entrañable, sino toda una teoría sobre la configuración del sujeto contemporáneo. Gracias al gradual cambio de voz narrativa (de primera a tercera persona), Villoro sugiere una concepción de la adultez como una condición de insuficiencia, en añoranza constante por la sensación de completitud e identificación de la infancia.