Todavía hoy permanece una percepción de la Edad Media más mítica que histórica. Nos parece una época tan atractiva como extraña y remota. Esta visión mitificada afecta también a la guerra medieval. Vemos la lucha en el Medievo como una sucesión de batallas decisivas, en las que unos aristocráticos jinetes acorazados de brillante armadura aplastan ellos solos a un aterrorizado enemigo incapaz de resistir su impetuosa carga. Mientras, unos desharrapados aldeanos pobremente armados con guadañas y hoces se contentan con vitorear las hazañas de sus señores. Esta imagen de la guerra medieval como una sucesión de cargas realizadas por briosos caballeros es muy sugestiva. Tanto, que ha cautivado la imaginación de muchos autores, de modo que sigue muy presente en sus obras. Pero la realidad es diferente. La batalla es una rareza en el Medievo, la carga frontal es solo una de las muchas tácticas utilizadas, la mayoría de los jinetes que engrosan la hueste son hombres de armas de humilde extracción social y el papel de los caballeros ha sido groseramente magnificado por las crónicas y los cantares de gesta muy por