«Nombrar el mundo ya es traducirlo. Octavio Paz sostiene esto mismo: que el lenguaje humano ya es, en esencia, una traducción del mundo no verbal. Más importante aún: nombrar el mundo es mirarlo, ya sea con los ojos de la cara o de la mente. Miramos o imaginamos las cosas para las que, o bien ya tenemos un nombre, o se lo proporcionamos en el mismo momento de inventarlas». Partiendo de la infancia, el pensamiento y la experiencia —propios y ajenos—, estas páginas indagan acerca del oficio del poeta-traductor; de su asombro inmutable ante las palabras; de los caminos de ida y vuelta que recorre entre las lenguas, entre el lenguaje y la realidad, entre el ser y sus diferentes modos de decir, estar, vivir.