Los nombres de mujeres han sido silenciados en la historia, aunque no siempre. Entre el siglo X y principios del XI, la presencia activa y reconocida de las mujeres es notoria en los primeros documentos de derecho, pero a partir del siglo XII ya sólo serán nombradas en función de su relación familiar o con un diminutivo o apelativo, mientras irán siendo condenadas al paritorio y/o al encierro del claustro en los monasterios femeninos, que irán menguando. Ellas seguirán creando espacios de acción y relación, es una constante.