Desde su publicación por entregas entre 1849 y 1850, David Cooperfield, el "hijo favorito" de su autor, no ha dejado más que una estela de admiración, alegría y gratitud. Para Swinburne era "una obra maestra suprema". Henry James recordaba que de niño se escondía debajo de una mesa para oír a su madre leer las entregas en voz alta. Dostoievski la leyó en su prisión en Siberia. Tolstói la consideraba el mayor hallazgo de Dickens, y el capítulo de la tempestad, el patrón por el que debería juzgarse toda obra de ficción. Fue la novela favorita de Sigmund Freud. Kafka la imitó en Amerika y Joyce la parodió en Ulises. Para Cesare Pavese, "en estas páginas inolvidables cada uno de nosotros (no se me ocurre elogio mayor) vuelve a encontrar su propia experiencia secreta".
El lector tiene ahora la ocasión de recuperar esa experiencia secreta gracias a la nueva y excelente traducción de Marta Solís, la primera en español en más de cincuenta años de una obra clave, sin ningún género de dudas, de la literatura universal.