Nadie ignora hoy que, en las sociedades de mayor desarrollo, aumenta de manera imparable el número de personas que alcanzan edades muy avanzadas, un fenómeno demográfico que dará lugar a cambios profundos en un futuro próximo. Pero todo biólogo sabe que, tras el tema del envejecimiento y la muerte, subyacen preguntas primordiales en torno a la vida. ¿Por qué envejecemos? ¿Responde a algún fin o sentido? ¿Es un destino inevitable al que está condenado todo ser vivo? ¿Cómo se produce? ¿Puede ayudar la ciencia a frenar el envejecimiento, a delimitar cuáles son los secretos de una vida longeva y sana, en definitiva a ponerle fin? ¿Por qué viven más tiempo las mujeres que los hombres?
En El fin del envejecimiento, Tom Kirkwood, desarrolla la tesis de que, si la muerte es inevitable, no lo es el envejecimiento. Tras explicar el proceso de desgaste en órganos y células, niega que exista un «gen de la muerte» encargado de regular el crecimiento de la población. Las enfermedades asociadas a la edad avanzada ayudan a entender ese deterioro como una acumulación de errores metabólicos que afectan al «soma perecedero», pero la nutrición y la terapia génica permiten en cambio considerar la posibilidad de que los seres humanos vivan mucho más tiempo sin que les afecte la vejez.