Un viajero inglés escribió a mediados del siglo pasado: «España es tierra de pintores y poetas». Si bien es cierto que hoy tuviera tal vez que modificar ligeramente su afirmación, lo que sí se confirma es que esa larga tradición a la que probablemente aludía el viajero no sólo no se ha perdido, sino que ha ido afirmándose sin interrupción hasta nuestros días. Carlos Marzal, al igual que En el poema que da título al libro, Marzal afirma, rotundo, que «hay una geografía de la mente», que «hay un teatro donde se representa / nuestro viaje hacia nosotros, / desde nosotros mismos». Ese viaje por los países nocturnos de nuestro ser es el que brota de sus versos conformando una topografía del dolor, de la memoria y de los sueños. Y las palabras, esas «pobres armas con que hacer frente al tiempo», son las que señalan lo que desconocemos y nombran lo que nunca debió ser olvidado.
Podría decirse de Los países nocturnos que las palabras son aquí ángeles herméticos que esconden cuanto saben, pero que se imponen a nosotros mediante fulguraciones que iluminan oscuros y olvidados rincones del deseo.
Los poemas de Los paíes nocturnos van desplegándose en cinco registros distintos: «La matemática salvaje», «Fuegos de artificio», «Palabras», «Los países nocturnos» y «Los restos de un naufragio».