El deleito que un romance provoca en cualquier lector, en cualquier cantor, en cualquier oyente de romances sigue recordándonos que, en esta forma de comunicación poética, emisor y receptor gozan juntos en el acto mismo de la creación común que es decir y escuchar y volver a decir un romance. Siempre habrá que insistir en la lectura de los romances escritos, en la audición de los cantados, porque el campo -los campos- del Romancero deben frecuentarse asiduamente. Sólo así se puede descubrir su secreto último. Como el marinero del romance más famoso de todos los siglos, también el Romancero podría darnos su respuesta enigmática.