La Ruta de la Seda, que unió la Roma imperial con la lejana China, fue durante siglos la mayor vía de comunicación de la Tierra. A través de eila viajaban preciosas cargas de seda, oro y marfil, así como nuevas ¡deas revolucionarias. Las ciudades-oasis florecían en torno a prósperos centros budistas de arte y cultura.
Con el tiempo empezó la decadencia. El tránsito disminuyó, los mercaderes se fueron y finalmente las ciudades se desvanecieron entre los desiertos de arena. Pero las leyendas sobre ciudades perdidas llenas de tesoros y guardadas por demonios no dejaron de crecer.
Durante los primeros años de este siglo, exploradores extranjeros empezaron a interesarse por estas leyendas, e iniciaron una ambiciosa carrera en busca de los valiosos tesoros artísticos de la Ruta de la Seda. Grandes frescos, esculturas y preciados manuscritos fueron extraídos literalmente a toneladas, y aún hoy se encuentran esparcidos por museos de docenas de países. Peter Hopkirk nos cuenta en Demonios extranjeros en la Ruta de la Seda, con agilidad y amenidad, las historias de aquellos hombres intrépidos, que con un gran riesgo personal dirigieron esas largas incursiones arqueológicas, provocando la eterna ira de los chinos.