El resultado de la nueva incertidumbre lingüística no es tan sólo el empobrecimiento estético sino una notable confusión conceptual, provechosa para tiranos y demagogos. Parece cierto que se piensa porque se habla, y no al revés. Si es así, ¿cómo iba a poder nuestro siglo pensar con claridad, si habla con obscuridad? El problema es más grave aún de lo que parece. No se trata sólo de que la pérdida de precisión lingüística daña la capacidad de comunicación entre los hombres, es que además dificulta su propia reflexión personal e interna. Podemos caer no ya en el idiolecto sino en el autismo. Es prodigioso el provecho que los políticos han sacado de la arbitrariedad lingüística. En rigor todo empeño de poder empieza con la perversión de un léxico. In principio erat verbum, pero en la política moderna lo primero que hay que hacer es corromper las palabras, usarlas en sentidos cada vez más alejados del tradicional. Así se llega a la suprema hipocresía -¿o era sarcasmo?- del lema colocado a la entrada del campo de concentración nacional-socialista de Auschwitz, "Arbeit macht frei", el trabajo hace libre...En cuanto al marxismo, todo él descansa en la aceptación previa de un vocabulario sui generis. Una vez aceptado éste, desaparece cualquier dificultad para admitir cosas como que el periódico más mentiroso de la historia se llame Pravda, o sea, verdad en ruso, puesto que sería mero "objetivismo burgués" denegar la condición de verdad a los embustes que ayuden al proletariado en su lucha de clases.